sábado, 8 de febrero de 2014

Capitulo 53

Carlos LL. soñó que se encontraba sentado en un duro banco de una iglesia romántica. Estaba sólo. El silencio era absoluto y las paredes negras y frías de robusta piedra le rodeaban produciéndole un desasosiego incontrolable. Sus ojos se posaron sobre el austero altar donde se encontraba un Cristo solitario clavado en una gran cruz de madera y su cuerpo parecía resplandecer con un color de carne ocre amarillento. Una corona de espinas en su frente y los ojos mirando al suelo con un largo cabello oscuro que estaba manchado con algunas gotas de roja sangre. De todo Él se desprendía un hálito de anheloso conformismo.
LL. sintió como un escalofrío y miró las cristaleras de la iglesia por las que apenas se filtraba la luz y sintió que una angustia se estaba apoderando de todo su ser. Volvió a mirar al Cristo y ya no estaba. Sólo permanecía la cruz. A su lado, casi invisible, alguien se sentó y LL. notó que le invadía un miedo indescriptible al verle sentado a su lado. Era Él y le sonreía tristemente. Estaba desnudo, sólo cubría sus partes íntimas con un trapo oscuro.
-¿A qué has venido hasta aquí? -le preguntó Carlos.
-Me pareció que buscabas compañía                   -respondió.
-Me gusta estar sólo.
-¿Por qué? -y su mirada se clavó en los ojos de LL.
-Estoy desengañado de los hombres.
-¿Has perdido la fe en mi padre?
-Yo nunca he creído en Yahvé o Jehová, como quiera que se llame. A mí me han enseñado tu vida, tus enseñanzas, tu muerte, tu resurrección. Pero hay algo en lo que no puedo creer.
-¿Qué es?
-Que un niño sea culpable por el sólo hecho de haber nacido. ¿Qué culpa me achacas a mí? Es lo que no puedo comprender.
Calló el Cristo, cruzó sus delgadas piernas y apoyó su cansada espalda en el respaldo del duro banco. Sus ojos se entristecieron aún más y quedamente habló:
-Nadie será condenado por toda la eternidad. ¿Para qué mi sacrificio?
Carlos le escuchaba con temor. De su corona de espinas, un hilillo de sangre mojaba su ancha frente y se limpiaba con su huesuda mano. Luego dijo:
-¿Qué tienes contra mí? -y su dulce mirada traspasaba a Carlos. Éste  se serenó.
-No puedo aceptar que tú pagues por culpas de otros. Ya no te necesitamos. En tu lugar tenemos otro “salvador” y los hombres serán felices sin ti.
-Y ese salvador, ¿quién es?
-Es el ordenador. Lo mismo que tus discípulos crearon tu iglesia, nosotros hemos creado otra, pero sin pecadores y sin perdón. No tendremos que acudir a ti para que nos des la felicidad en otra vida. La conseguiremos ahora, en la tierra. Ya no te necesitamos.
-Y ese ordenador, ¿qué os da?
-Lo que le pidamos. Basta coger el mando y elegir el menú. ¿Quieres música, espectáculos, aventuras, libros, viajes? Selecciona lo que te gusta y lo tendrás.
-¿Y tenéis también la tecla del amor al otro?
-Esa todavía no la tenemos, pero ya que lo dices la inventaremos sin falta.
El Cristo hablaba serenamente a LL. como si aceptara en su corazón sus argumentos. Luego le preguntó:
-¿No es caer un poco en manos de la tiranía? ¿No será ese ordenador el resultado de un hombre sin libertad?  Y eso, ¿para qué?
-La libertad es solamente para un número reducido. Las masas se angustian al sentirse responsables. En el ordenador se les dice lo que tienen que hacer y son felices al no pensar. ¿Para qué quieres que piensen? Sólo conseguirían su infelicidad. El ordenador resolverá sus inquietudes, sus angustias.
-¿Y qué va a ser de la historia del espíritu?
-¿A qué te refieres? ¿A la iglesia, a los místicos, a los filósofos, a los escritores dramáticos, a los poetas…? Se irán olvidando; ya se está consiguiendo. Los seres humanos actuales no quieren esas vaguedades, sólo quieren pan y circo. Los nuevos niños no conocerán el pecado, se sentirán seguros, sin complejos de Edipo y sin miedo al infierno. Consultarán al ordenador y éste les responderá: Serás feliz si me haces caso.
 La historia se borrará o quedará para cuatro intelectuales trasnochados. Así, la humanidad nueva partirá de cero. El ordenador ocupará tu lugar, no para enseñar la verdad del espíritu, esa ya no la querrán, sino la verdad del espectáculo, de la distracción. Se hablará de ti publicitariamente.
-¿Y no se pensará en la muerte?
-Eso ahora mismo es inevitable, pero la medicina llegará a resolver ese problema. Se morirá sin sufrimiento y entonces nadie la temerá.
-Me hablas de un ser humano distinto del actual. Es un hombre dirigido como siempre, pero sin alma, sin esperanza en la resurrección y la vida eterna.
-Así es. ¿Te parece mal?
-Se destierra el complejo de Edipo, pero se creará el complejo del ordenador. Es algo que sucederá por la dependencia absoluta de la máquina. Sin libertad para elegir, sin sufrimiento, sin dudas, sin amor a los demás seres quizás más desgraciados. Hablas de diversión, no de felicidad ni de amor. ¿Tú crees que el ordenador te quitará esa tristeza que te acompaña siempre? Todo eso que me explicas, tú no lo sientes, no lo crees.
Carlos le miró profundamente, sintiendo que sus palabras le dolían y a la vez le aliviaban. El Cristo sonreía adivinando su tormento. Carlos  le dijo:
-Es cierto que siempre estoy triste, pero ya no me convences con tu muerte en la cruz. Yo estoy sólo, pero aunque el ordenador no me hace feliz, no quiero acudir a ti.
-La faz de Cristo cambió de semblante y se mostraba algo jovial. Los dos estaban frente a frente y la dulce mirada del crucificado penetraba en el corazón de LL. no pudiéndole mirar a los ojos.
-¿Creerías si mi madre, la Virgen, se te apareciera y te llamara hijo? ¿creerías entonces?
Carlos ya no podía respirar. Su alma estaba hendida de gozo. Quiso tocar al Cristo, asegurarse de que era un cuerpo físico y dirigió sus dedos hacia su costado. Entonces notó el vacío, y sus ojos dejaron de contemplarlo. Un aire gregoriano invadió la iglesia y por unos momentos,  Carlos no sabía si vivía o soñaba. Escuchó una voz femenina en lo alto que le decía:
-Hijo, soy tu madre. No sufras ya más.

Cuando LL. volvió a mirar al altar, la cruz tenía su Cristo que permanecía serio y mudo. Se levantó y tristemente salió a la calle. El corazón le latía descompasadamente y sintió unas ganas irrefrenables de llorar.

martes, 28 de enero de 2014

Capitulo 52

Por la mañana, Carlos se encaminó al jardín con los trastos de pintar. Escogió un rincón encantador, con una taza desnuda sin más que un hilillo de agua corriendo tímidamente. Alrededor había bancos, columnas, capiteles dóricos y unos plátanos gigantescos ya casi sin hojas. El verde permanente, los matices más variados de delicados tonos amarillos, rojos y sombras azuladas, es lo que intentaba plasmar en el lienzo. La mañana era grata, algo fría, pero llena de sol otoñal. Había un gran silencio, sólo roto por algún que otro visitante andariego o algunos jardineros recogiendo las hojas muertas. De vez en cuando soplaba un ligero airecillo que a LL. le reconfortaba el rostro y le producía una grata sensación.
A Carlos le hubiese gustado que el Sr. Izquierdo apareciese y pedirle su opinión sobre el colorido, pero no apareció. Hizo un breve descanso y observó la pintura. Había que aumentar los amarillos y naranjas, suavizar las azuladas sombras, algún reflejo dorado en los bancos. Se dijo que mañana continuaría con aquellos detalles.
Por la tarde, LL. mantuvo estos soliloquios:

“Soy un ser contradictorio, lo sé. No hay que preguntar si la vida tiene sentido. Pero, el sufrimiento, ¿qué causas tiene? Dostoievski ha sufrido en las cárceles y ante el pelotón de ejecución. Después se habrá preguntado: este sufrimiento mío ¿es estéril? Y ha debido de responderse: no, no. Tiene que haber servido para algo. Es una prueba de Dios. Necesito creer que existe, de lo contrario, ¡que horrible mi vida!”
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“No puedo refugiarme en un hombre. ¿Qué me puede a mí importar Jesucristo? No sé lo que es tener un padre. No sufren los padres, sólo las madres. Los hombres seríamos más religiosos si Dios fuese mujer.”
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“¿Acaso no estoy retornando en mi comportamiento de solitario? Me gustaría encontrar a una mujer dulce, cogernos de la mano y andar, andar en silencio. Así una hora, dos… Y luego al revés, sentarnos, dialogar, exponer razones sobre temas de mutuo interés y al final un largo y dulce beso.”
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“No hay nada más importante en la vida que encontrar a otra alma afín a la nuestra.”
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“No quiero involucrarme en la masa. Quiero ser yo, individuo, no un borrego gregario. ¿Es una tendencia en mí la soledad? La he sentido desde pequeño. Nunca me han gustado las aglomeraciones, los ruidos. Me ha gustado el silencio bienhechor, reconfortante. Ya en Madrid siempre que podía evitaba el ruido de las grandes calles, buscaba las callecitas donde transitaba poca gente. ¿Se trataba de una huida o una búsqueda?”


sábado, 11 de enero de 2014

Capitulo 51

Carlos LL. y el Sr. Izquierdo se encontraban en el estanque. El templete con sus columnas de mármol verdinegro y estilo jónico aparecía algo desolado, rodeado de tenues amarillos, ocres anaranjados y carmines dolientes que arrojaban en las aguas un sinfín de azules inquietantes. El bosque estaba casi desnudo y sobre la tierra se extendía una poblada alfombra de hojas muertas.
El Sr. Izquierdo llevaba un abrigo gomoso, bufanda al cuello, su sombrero de ala ancha y unos guantes de cuero. La temperatura era algo fría y en el caminar procuraban tomar el sol.
-Dentro de poco estaremos en Nochebuena.
-Sí.
Carlos pensó en su mujer y sus hijos en la vetusta ciudad andaluza. Quería ir a verlos, al menos estar unos días, enterarse de cómo iban sus vidas y esto le alegró.
Caminaban lentamente. El cielo comenzó a cerrarse y unas nubes negras iban invadiendo el jardín amenazando lluvia. Se dirigieron a la salida y ya empezaron a caer algunas gotas. Se refugiaron en la cafetería y se sentaron pidiendo café. A través de los cristales se veían los paraguas y la gente corriendo a refugiarse en los portales. El café se llenó de gente desprotegida. Se bebía y se jugaba a las máquinas.
El Sr. Izquierdo comentó:
-Fíjese usted, Carlos. La gente no para de echar dinero a esas dichosas máquinas. En mi juventud, todo el tiempo se empleaba en trabajar para echarse algo a la boca. Hoy se trabaja para echarle dinero a estas tragaperras asquerosas. Lo que le digo siempre: somos esclavos de ellas. En esto ha venido a resultar el superhombre de Nietzsche.
-También hemos llegado a construir un país más libre -argumentó LL.
-No lo creo. España no ha sido nunca libre. Ni siquiera con la República. Ahora estamos en democracia pero estos políticos van sólo a trincar. Son cuatro años, pues aprovecho. Así es como piensa la mayoría. Son demócratas de boquilla. Esta es una época sin valores espirituales. Todo es falso. Falsos escritores, falsos pintores, falsos músicos. El político es hoy en día un servidor de la publicidad y de las encuestas. Tienen a media España comprada con la subvenciones. Se ríen de los viejos, construyendo cuatro centros de incultura donde sólo se practica el juego y los jóvenes sólo hablan de motos, de coches, dicen que pasan de política, pero ponen la mano pedigüeña a los padres. Son borregos maniatados por la publicidad que llevan en sus camisetas. No son hombres, ¡son anuncios!
-En mi juventud, Sr. Izquierdo, los jóvenes teníamos algo importante por lo que luchar: la libertad. Hoy la tienen los jóvenes pero no saben qué hacer con ella. Lo que usted dice es así, pero estos niños mimados, superprotegidos, ¿qué van a ser de mayores? No saben valerse por sí mismos. Los dictadores actuales son los ordenadores.


jueves, 12 de diciembre de 2013

Capitulo 50

Aquella mañana, mientras desayunaban, la madre de Carlos le preguntó:
-¿Estás contento de estar aquí?
LL. le contestó que sí, que estaba muy contento. No era verdad. En realidad se encontraba triste y desanimado. No veía el futuro con ilusión. ¿Pintar? No era mala idea. ¿Escribir un diario? También podía ser. Sin embargo, todo eso le parecía poco. Hubiera deseado tener en su madre un confesor y descargar toda su aflicción, pero sabía que ella no tendría palabras para consolarle, era demasiado para su mente simple. Tantos años separados y ahora que convivían juntos ya algún tiempo, no había servido para hacerles más íntimos. Seguían siendo extraños, había como una barrera invisible entre ambos. Ella no se atrevía a preguntarle, aunque quizás deseara hacerlo y LL. con su esquivez se lo impedía. La madre no le abrazaba, no le daba ningún beso. La verdad es que Carlos tampoco era cariñoso, se trataban correcta, pero fríamente.
Sentado en una incómoda silla de la terraza, LL. contemplaba el pasar de los colegiales que regresaban de la escuela y se acordaba melancólicamente, de los helados días de su infancia. Aquel niño abandonado que con la mochila al hombro caminaba con la mirada baja, huraño y silencioso. ¿Hubiera sido otro de haber tenido a su madre con él? Sentía que nada de este sufrimiento podía ser contado a nadie y a veces lamentaba no tener a quién contarlo.


domingo, 8 de diciembre de 2013

Capitulo 49

Aquella tarde, Carlos LL. se había encontrado con Beatriz Urquijo y su hermana Carmen que habían salido a pasear. Las acompañó y luego en una cafetería se sentaron a merendar. Carmen aprovechó para decirle a LL:
-Me ha gustado mucho el cuadro que has regalado a mi hermana.
-Pues no estoy contento. Tendría que haberlo trabajado un poco más.
-Pues a mí me gusta como está. Los pintores nunca están conformes con lo que hacen -intervino Beatriz.
-Es difícil decidir cuándo hay que decir se acabó -opinó Carmen.
-Es cierto -afirmó Carlos- ¿Y la novela, Beatriz?
-Avanzo poco.
Carmen preguntó a Carlos:
-¿Te hubiera gustado ser pintor profesional?
-No lo sé, tendría que haber empezado desde pequeño. Todos los auténticos artistas empiezan desde la cuna -dijo Carlos con resignación.
Beatriz le miró intensamente y le dijo:
-Hoy pareces triste, Carlos.
-No, estoy algo deprimido, pero realmente no te puedo explicar los motivos. Es una edad difícil cuando se tienen cumplidos los cincuenta, se está prejubilado y se tienen problemas de entendimiento con la mujer. No sabe uno cómo encauzar su vida.
Beatriz miró a Carlos entendiendo sus dudas y Carmen también iba comprendiendo.
-¿Qué hubieras querido ser, Carlos? -le preguntó Carmen.
LL. bajó la cabeza, sacó un cigarrillo y miró a las hermanas alternativamente. Luego respondió:
-Nunca lo he sabido. Quizás un vagabundo… pero con algo de dinero.
-Te veo muy depresivo -le repitió Beatriz.
-¿Y siempre has vivido así, sin metas?-afirmó Carmen.
-Siempre. He seguido, sin proponérmelo, instintivamente, el lema de Horacio. “Coge la flor del día y no pienses en la de mañana”. Y tú, ¿qué metas tenías?
La pregunta era para Beatriz que miraba a su hermana. Carmen le dijo que hablase sin temor.
-Hay que desahogarse, hermana. Carlos es comprensivo.
-Yo tenía como meta formar un hogar, pero las cosas no resultaron como yo esperaba. Me enamoré y me casé. No tardé en darme cuenta de que para mi marido era un juguete. No tuvimos hijos. Ya sabes que estoy separada.
-¿Y no has pensado en encontrar otro hombre que te quiera? -Y al preguntar esto, Carlos sintió que se producía dentro de sí un inquietante nerviosismo.
-Tengo casi tu edad, Carlos. No soy ninguna jovencita, pero claro que lo he pensado. No quiero equivocarme otra vez.
-Las equivocaciones son inevitables, -apuntó Carlos.
-¿Por qué se fracasa, Carlos? -preguntó Carmen.
-No lo sé. Nos unimos con una persona con la ilusión de que toda la vida va a  ser igual que de novios. Luego vienen los hijos, se van cumpliendo años, la convivencia llega a la rutina y viene el desengaño. No hay el uno para el otro, sólo el acoplarse uno al otro. La mujer cambia, el hombre también. Es lo que no se pensaba de novios. Los que no se casan son los más listos.
-¿Por qué? -preguntó vivamente Carmen.
-Así no fracasan.
 Carmen movió negativamente la cabeza, miró a su hermana y Beatriz la dijo:
-Cuéntalo.
Carmen comenzó su relato.
-Le conocí cuando estudiaba en el conservatorio. Era un joven tímido, alto, de pelo largo, de figura estilizada, con cara de niño arcangélico. Enseguida me sentí fuertemente atraída por él. Tocaba el piano maravillosamente. Se trataba, según los profesores, de una futura promesa. Vivíamos no muy retirados el uno del otro y a veces me acompañaba hasta casa. En los desayunos o en las meriendas hablábamos de Chopin, de Mozart. Yo notaba que mi corazón latía a descompás cuando le rozaba y él se mostraba conmigo muy atento. Así transcurrieron seis meses aproximadamente y nuestra amistad iba en aumento. Yo notaba que le gustaba o así me pareció al menos. Fuimos juntos a conciertos, dimos paseos solitarios por el Retiro hablando de música, de proyectos. Yo me insinuaba, pero él siempre permanecía correcto, muy atento, pero no llegaba a declararse y yo empezaba a sufrir. Me acostaba pensando en él y me levantaba deseando verle. De pronto, se mostró más distante. Me trataba en clase afablemente y yo presentía como un distanciamiento lento, estudiado. Al cabo de un mes, una tarde después de clase, me presentó a una muchacha rubia, espigada, muy bien vestida, que se colgó de su brazo. Él se acercó a mí y me presentó:
-Es mi novia -dijo con naturalidad.
Se me vino el mundo encima. Disimulé como pude y sonreí estúpidamente. Cuando llegué a casa me lancé sobre la cama y rompí a llorar amargamente. Mi hermana intentó consolarme pero fue en vano. Yo no podía quitarme de la cabeza que aquel muchacho no me quería y me entró una fuerte depresión. Dejé de ir al conservatorio. No soportaba verle y pasé un mes recluida. El médico especialista al que llamó mi madre, me trataba cariñosamente    y me hizo reaccionar.
-Hay que aceptar la realidad -me dijo-, sólo así podemos curarnos. Eres muy joven. Vuelve a estudiar.
Hablé con mi madre y hermana y cambié la música por magisterio. Ya ves, Carlos, no soy tan lista como tú piensas.
LL. calló por un momento y contempló el serio semblante de Carmen comprendiendo que de aquella pasión aún quedaban huellas.
-Y ya no quisiste volver a enamorarte, ¿verdad?
Carmen asintió con la cabeza.
-Pasaron algunos años. Salía con las amigas, con mi hermana. Algunos hombres me pretendieron. Lo intenté al menos, pero sentía temor al fracaso y así fueron pasando los años. Me gustaban los niños y en el colegio disfrutaba enseñando. También practicaba algo de piano y leía mucho. Ya ves, una vida algo insulsa y triste. Los que somos solitarios, ¿somos fracasados en la vida?
-No lo creo -respondió LL.- Tenemos una sensibilidad diferente al resto, a la masa. Yo creo que a nuestras edades y con nuestro sentir podrían intentarse otro tipo de relaciones.
Beatriz miró curiosa a Carlos y le preguntó:
-¿Qué tipo de relaciones, Carlos?
-He pensado que lo ideal sería citarse con la persona que nos interesa una vez por semana, a pasear, ir juntos a cenar, a un baile, hacer el amor cuando apetezca. Así las relaciones no se volverían rutinarias y se mantendrían en un plan romántico que conllevaría a una ilusión por llegar al día de la cita, tener algo de qué hablar, cogerse de la mano… El hombre y la mujer, aunque envejecen, siempre tienen la esperanza despierta.
Las dos hermanas se miraron y sonrieron un poco picarescamente. Carmen dijo:
 -Pero Carlos, si yo me enamoro de alguien lo que deseo es estar el mayor tiempo posible a su lado.
-Sí, eso es cierto en la juventud pero nosotros, ya maduros y desengañados, sabemos que a nuestra edad ya no hay la pasión amorosa veinteañera. ¿Vamos a creer que podemos ser felices todos los días? Yo no lo creo.
-Pero -interrumpió Beatriz- y cuando seamos viejos, ¿no querrás atender y ser atendido?
LL. calló suspirando, miró a las dos hermanas y meneó la cabeza en señal de aceptación.
-Lo que tú quieres decir, Beatriz, es que aunque ya no podamos tener pasión, si podemos dar cariño, ¿verdad?
-Eso creo yo, Carlos.
-Es posible Beatriz, pero ¡es tan difícil encontrar a otra personan que sea afín a nosotros!
Carlos acompaño a las hermanas hasta su casa. La noche estaba cerrada y un vientecillo frío se levantaba quizás augurando la lluvia. Embutidas en sus chaquetones, las hermanas caminaban juntas y LL. intuía que Beatriz deseaba hacer preguntas.
-A veces pareces un romántico, Carlos; pero otras noto en ti como un desengaño amargo que no te deja vivir en paz, ¿verdad?
LL. se encogió de hombros y respondió:
-La vida es así.

Cuando se despidieron, quedó flotando en el aire como un perfume de rosales del jardín. Carlos siguió caminando. Se sentía satisfecho por el paseo y el dialogo con aquellas sensibles mujeres que le comprendían y notaba  que en su interior su alma gozaba.

jueves, 28 de noviembre de 2013

Capitulo 48

Carlos había comunicado a Beatriz que se pasara por la mañana, ya que la pintura la daba por terminada.
Era mediodía y había una claridad plácida. Algunas nubes iban apareciendo en la lejanía. Los magnolios en sombra daban frescor y las aguas fluían mansamente. Carlos estaba con el caballete y el lienzo y no quería mirar el cuadro, seguro de que algo tendría que rectificar.
Beatriz apareció sonriente. Iba vestida con traje de chaqueta, desenvuelta y ligera. Sus ojos verdes relumbraban.
-¡Hola, Carlos!
-Hola.
-Vamos a ver -y Beatriz se plantó delante del cuadro.
 Se iba distanciando, se acercaba. Miraba la arboleda, los caracoleos del agua, las nubes ligeras que pasaban. Luego se volvió hacia LL.
-¡Qué bonito, Carlos! -exclamó.
-Entonces, ¿te gusta?
-Me encanta.
Carlos firmó el cuadro y le dijo sonriendo:
-Es tuyo. Ahora esperas un mes a que se seque y luego lo barnizaremos.
Después, Carlos empezó a recoger el material, a limpiar la paleta, a lavarse las manos. Ya en el pretil del puente, contemplando el otoñal paisaje, Beatriz le insinuó que quería pagarle por el cuadro, pero Carlos negó rotundamente.
-A ti te ha gustado, ¿no?
-Mucho.
-Entonces ya estoy pagado.
Beatriz cogió el lienzo, luego se volvió hacia Carlos y le besó en la mejilla y sonrojándose le dijo:
-¡Gracias!
Carlos pensaba en las paradojas de la vida. Los cuadros que su mujer no quería colgar en su casa, otros los deseaban. ¿Qué sentía Beatriz por él? ¿Era solamente amistad o había algo más? Todo eran preguntas sin respuestas.

**********

El día se presentaba gris y hacía frío. Desde la plaza del ayuntamiento, Carlos se dirigió a la cafetería, miró a través de los cristales y vio al Sr. Izquierdo sentado en una mesa hojeando un libro con una taza de humeante café. Entró, le saludó y se sentó a su lado.
-¿Terminó usted el cuadro, Carlos?
-Sí. Era un encargo de una amistad y lo regalé.
-¿Y la tertulia? Hace días que no voy.
-Bien. Ayer se habló de un tema interesante. “¿Podemos construir un mundo feliz?”
-¿Y a qué conclusiones llegaron?
-A ninguna. Algunos decían que ya estamos camino de ello.
-¿Y a qué se referían con eso de feliz?
-A un mundo aceptable. Eliminar guerras, los malos tratos, el hambre, las envidias…
El Sr. Izquierdo arqueó sus pobladas cejas y luego comenzó a perorar.
-No creo en ello, Carlos. Si eso llegara a realizarse, el ser humano se acabaría, seríamos robots. La agresividad que tenemos es innata. El mundo es una dualidad. Frío y calor. Lluvia y sequia. Fuertes y débiles. La vida necesita de estas variaciones: son necesarias para su equilibrio. Si todos pintáramos, ¡qué aburrimiento! La igualdad no es positiva para la creación…
-Entonces, Sr. Izquierdo, ¿tendrá siempre que haber injusticia?
-Posiblemente la justicia económica puede llegar a ser posible, pero tienen que mandar los que saben. Siempre habrá una élite.
-Pero -intervino LL.- la vida actual es demasiado fácil. Estamos saturados de televisión, de publicidad. Esto es fatal. Estamos siendo domesticados. Nos quitan el pensar y la decadencia del saber, de la cultura. Ya va siendo alarmante.
El Sr. Izquierdo tomó un sorbo de café y luego se anudó un poco la corbata continuando su discurso.
-Siempre somos agresivos. En el deporte, en la deportividad comercial. No sabemos vivir sin meternos los unos con los otros. Hemos nacido con una disposición determinada para la ética, pero sólo los grandes hombres se dan cuenta. La competencia elevada al extremo de hoy es un falso valor. Eso de que todos los hombres nacemos iguales es falso. Un Velázquez, un Leonardo, un Mozart, ¿cómo van a nacer iguales que nosotros? ¡Esos nacen sabiendo! -y el Sr. Izquierdo se mesó sus blancos cabellos, se frotó las manos y miró a LL. expresando su respuesta.
-Estoy de acuerdo con que la igualdad no es innata, pero quizás en política sería necesaria. Cuando todo lo que nos rodea es artificial, chabacano, el individuo se siente rebajado. El hombre actual no razona, sólo quiere acción y las masas piden ser distraídas, son irresponsables. El hombre quiere satisfacer su agresividad, es algo instintivo.
El Sr. Izquierdo había escuchado atentamente y luego tomó nuevamente la palabra.
-No soy optimista, Carlos. Actualmente tenemos abarrotadas las universidades. ¿Puede la enseñanza hacer que los hombre razonemos mejor y desterremos la agresión? Quizás en un tiempo lejano. Hoy las masas son organizadas por un ser nuevo y desconocido que se va volviendo incontrolable: el ordenador. Éste es el peligro latente que yo veo. No tiene consciente ni inconsciente; no tiene agresividad positiva; no tiene alma; ni se alegra ni está triste.
Si le obedecemos en todo nos volvemos ordenadores. Su lenguaje técnico está derrotando al idioma, ya no sabemos hablar ni escribir. Seremos hombres sin alma.

Carlos LL. asintió con la cabeza y el Sr. Izquierdo terminó su café.

sábado, 9 de noviembre de 2013

Capitulo 47

La madre de Carlos LL. había pedido al hijo que la acompañase a visitar a una antigua amiga en la residencia de mayores. Carlos aceptó sin muchas ganas pero no le quedaba otro remedio.
El lugar era bonito. Tenía un pequeño jardín y en la entrada se mostraba una fuente con una virgen, abiertos sus brazos regados por el agua. El patio estaba lleno de sillas blancas y algunas mesas. Los residentes se encontraban sentados, medio dormidos al sol otoñal, rodeados de sus familiares. La amiga de la madre de Carlos era una mujer  de cara redonda, mirada perdida y pelo blanco anillado que esbozaba una sonrisa tímida. Era atendida por una jovencita, su nieta, que le hablaba pausadamente, le daba de beber agua y le acariciaba la mano con ternura. La madre de Carlos la abrazó y besó calurosamente y se pusieron a hablar de su juventud perdida.
Carlos observaba atentamente a su alrededor. Había una mujer que no paraba de andar, tenía una pequeña joroba y la nariz corva. No hablaba y si lo hacía, emitía unos sonidos quejambrosos. Se dirigía continuamente a la cancela con el deseo de escapar, de salir de aquella ratonera. Se aferraba a los barrotes y al ver que la verja no cedía, se enfurecía y volvía a caminar, a desandar lo andado e insistía con la puerta en su vano intento por huir. Sin duda, la esperanza anidaba todavía en su corazón.
Carlos observaba el destrozo físico del alma y se preguntó: ¿Para  qué vivir así?
En el jardín había un pequeño estanque con dos patos y algunos nenúfares navegando. Las celadoras y enfermeras iban y venían con uniformes blancos y verdes. Eran jóvenes y sus cuerpos elásticos contrastaban con los enclenques de los residentes que caminaban a su fin, abandonados a su mísera decadencia, ya que seguramente la espiritual hace tiempo que la perdieron.
-¡Que ironías tiene la vida! -pensaba Carlos-. Se  pasa uno desde la niñez luchando por lo que llamamos felicidad, para luego acabar en una mal llamada residencia para mayores, la mayoría trastornados mentales… Ahora, cuando salgamos de aquí, aparecerá otro aspecto de la vida. Por el camino veremos la tierra magnífica, los verdes campos, las blancas casitas de los pueblos, el cielo azulado y uno, al alejarse de la desgracia y del dolor, se sentirá egoístamente satisfecho de sentirse sano. Y nos iremos a pasear, a bailar, a beber, a cometer miles de insensateces, mientras en estas residencias que son “morideros” terribles, los ancianos esperan a la inevitable muerte que se ríe de todos nosotros. Pero uno no puede hacer nada para evitar el dolor. No se puede escapar. Hay que seguir marchando hasta el final.
Y Carlos se encogió de hombros con resignación.


jueves, 7 de noviembre de 2013

Capitulo 46

En la tertulia, Saturnino, el administrador,  sacó a relucir a Nietzsche y su influencia en España cuando eran jóvenes. Todos opinaban que el pensador alemán no era leído apenas y que sus teorías eran extravagantes, incomprendidas y poco estudiadas.
-¿Qué dices Carlos?
-¿Cómo iban a influir si no se le podía leer? Yo me acuerdo muy bien que en la librería donde yo trabajaba había medio escondida una edición hispano americana de Así habló Zaratrustra. Un fin de semana lo tuve en casa y no me enteraba de nada. Sí, yo intuía que allí había algo, pero claro, tenía dieciséis años y mis estudios habían sido los primarios de aquel entonces. Ya sabéis, catecismo y el glorioso movimiento nacional.
 Todos se echaron a reír. Amador tomó la palabra.
-Yo como maestro, te digo que no tuve ni esa oportunidad tuya. Ya más tarde, cuando la censura dejó de existir, compré algunas ediciones baratas, pero tú siempre nos hablas con entusiasmo de él. ¿Has leído toda su obra?
-Casi. Nietzsche no es hombre que se entrega a la comprensión fácil. Hay que leerlo despacio, releerlo, pararse y meditar.
 El administrativo se mostró algo contrariado y dijo:
-Yo lo he leído poco, pero la verdad, yo eso del superhombre no lo entiendo.
-Sí, es difícil. A mí también me desconcierta algo. Veo acertada su crítica de la religión, sus ataques a los valores morales, pero ya el superhombre y el eterno retorno son difíciles de comprender -aclaró Amador.
Todos esperaron las palabras de LL.
-La verdad es que si nos fijamos en el momento actual, las ideas y deseos de Nietzsche no se van cumpliendo. Ese dominio de los espíritus fuertes, esa jerarquía de hombres superiores, ¿dónde está…? Vemos a las masas en el poder por medio de la democracia, de la cual Nietzsche piensa que se debilita al tomar los esclavos el poder que pertenece a los señores. Cuando Nietzsche dice esclavos, se refiere a los disminuidos en inteligencia y cuando dice señores,  a los superabundantes en crear valores aristocráticos, en creedores de una conciencia positiva que rechaza el temor y sólo pretende desarrollar una plenitud de valor en sí mismo. Actualmente, el mundo está dirigido por los representantes de las masas, que a su vez también lo son. Se pretende que todos lleguemos a ser iguales y que tengamos nuestros derechos en las leyes. Todo para todos. Esto repugnaría a Nietzsche, pues él cree que eso conduce a que los mejores, siempre minoría, sean atropellados por los peores, siempre mayoría. Ahora mismo estamos muy lejos del superhombre y muy cerca de convertirnos en autómatas. Si el filósofo alemán viera en qué medida dependemos del ordenador, volvería a escribir otro Zaratustra, pero más terrible.
Todos callaron un poco y Amador se dirigió a LL.
-¿No eres partidario del ordenador, Carlos?
-Claro, ¡cómo no serlo!  Sin él no sabríamos ya vivir. Forma parte de nuestro mobiliario, pero creo que no debemos caer en sus garras. Hay que usarlo lo necesario, lo que nos sea útil, pero reemplazarlo por la búsqueda de nuestros valores humanos, me parece una locura insensata.
Saturnino, el administrador, dijo:
-Yo no comparto tu pesimismo. El ordenador nos hace la vida más atractiva, más cómoda.
-Cómoda sí, pero atractiva no. Leer El Quijote  en una pantalla, escuchar un concierto, ver en imágenes una catedral, ¿cómo va a ser lo mismo que tomar un libro con las manos y manosear sus hojas, que contemplar tocando sus piedras una catedral, que sentarse en la alameda de un río y tomar el agua con nuestras manos? Sentado en el ordenador no siento que se engrandece mi corazón. Lo siento vacío. Para mí no es compañía, es soledad.
-No se puede contigo, Carlos -replicó Saturnino.
-No. Yo no pretendo convencer a nadie. Así lo siento y así lo digo.
Al finalizar la tertulia, Carlos se dio una vuelta por las calles. Pensaba en el eterno retorno, pero en verdad el superhombre no le importaba mucho. ¿Quería otra vida que no fuera ésta? No. Él quería ser quien era. Ni más alto ni más bajo. Ni más rico ni más pobre. Ni más listo ni más tonto. ¿Quién iba a querer ser otro? Carlos deseaba el eterno retorno.


lunes, 4 de noviembre de 2013

Capitulo 45

Había dejado de llover y el cielo se mostraba de un azulado grato. La temperatura era refrescante. Era un buen día para pintar, pero LL. se había dejado los bártulos en casa y sólo quería pensar. ¿Se encontraría con Beatriz Urquijo? Analizando un poco, ¿qué le gustaba de esta mujer? Le agradaban sus ojos verdes, sus modales femeninos, su extensa cultura, le agradaba conversar con ella pues el diálogo era fluido y nunca terminaba en disputa. ¿Acaso había algo más?
La mañana iba avanzando y no encontró a nadie conocido. A la salida, cerca de las barandillas del embarcadero, contempló el río en su navegar suave. El cielo se estaba cubriendo de nubes y hacía algo de fresco. Notaba que todo el paisaje era el mismo de su juventud. El mismo río, los mismos árboles, el mismo silencio cuando venía de Madrid a ver a su madre. El que había cambiado era él. De un niño tímido y romántico, ingenuo para la batalla de la vida, ahora había cambiado y era otro, pero en el jardín todo seguía igual. Se dijo:
 -Antes de yo nacer todo esto ya estaba; cuando me muera seguirá.

**********

Beatriz Urquijo había pedido a Carlos un paisaje del jardín. LL. casi no hubiera querido aceptarlo, pues solía no terminar de todo el cuadro y dejarlo abocetado, pero Beatriz le insistió tanto que no supo negarse. Era un reto para su escasa sapiencia.
Llevaba algunos días pintando de once de la mañana a una de la tarde. Le había pedido a Beatriz que no se personase a verle pintar, pues quería estar solo y exclusivamente centrado en el cuadro. Ella había aceptado a regañadientes,  pero al verse por la tarde le preguntaba cómo iba la obra.
-Bien, casi lo tengo terminado. Antes de firmarlo, te pediré tu opinión.
Aquella mañana, LL. se encontraba optimista. Repasó atentamente el encuadre realizado y no le disgustó. Observó con detenimiento la gama de colores. La casita era de un rojo anaranjado, los magnolios en sombra tenían un azulado carmín y algunos maceteros arrojaban una luz ocre amarillenta y su reflejo gracioso en el agua apenas lo tenía manchado. Al fondo, los plátanos se mostraban en amarillos, naranjas, carmines desvaídos. Habría que esmerarse en el reflejo serpenteante de las azules y verdosas aguas.
Con decisión tomó los pinceles y con una gama de amarillos, ocres y anaranjados atacó rápidamente la otoñal arboleda, dejando toques imprecisos en las soñolientas hojas. Sobre los magnolios, compuestos con azul ultramar y carmín, arrojó unas sombras acogedoras y en el aleteo de las aguas hizo unos serpenteos acordándose de Monet. Se encontraba sudando por el esfuerzo. Se detenía, se alejaba para ver el efecto conseguido y luego con los dedos alisaba algún empaste y corregía algún color.
Se secó la frente. Tenía algunas manchas de pintura en la camisa usada que utilizaba para pintar y se limpió las manos con aguarrás. Luego volvió a detenerse, a mirar de lejos. La impresión que le ofrecía la pintura era de un grato colorido a sus ojos. Era el jardín en paz, medio dormido, el cielo con nubes algodonosas. Todo el conjunto invitaba a la contemplación. Había pintado su río, sus magnolios, sus maceteros, sus tilos, sus chopos. ¿Le gustaría a Beatriz?

Carlos pensó que tardaría dos sesiones más en terminarlo y sonriendo se puso a fumar.

martes, 29 de octubre de 2013

Capitulo 44

Carlos LL. había vuelto de la visita a la tía en Madrid y salió como de costumbre a pasear. ¡Qué bien se vivía en el pueblo frente a la capital llena de ruido y masificación!
Había encontrado en el jardín la tierra humedecida por las ligeras lluvias caídas y llenándose de barro los zapatos llegó hasta el precioso estanque con su templete de columnas dóricas, lugar lleno de encanto romántico. Los gigantescos plátanos se sucedían uno tras otro a lo largo de las calles. Los bancos aparecían solitarios, mojados y llenos de amarillentas hojas. Unas palomas iban y venían a beber agua en una acequia. El día iba abriéndose y un pálido sol ya se imponía. Carlos se encaminó hacia la salida y allí se encontró con el Sr. Izquierdo.
-Hace días que no le veo, Carlos.
-He estado en Madrid.
El Sr. Izquierdo iba con una gabardina clara y su sombrero de ala ancha. Su espalda ya se arqueaba un poco, pero sus ojos seguían vivos para observar los aspectos cromáticos de la naturaleza.
-Hace un poco de frío hoy en el jardín, Carlos. Ya soy viejo y tengo que cuidarme. ¿Quiere usted tomar café?
 Llegaron a la cafetería y se sentaron.
-¿Qué exposiciones ha visto usted en Madrid?
-Estuve callejeando por Serrano y Goya. Hay por ahí muchas salas pero casi todo era basura.
-¿No estuvo usted en el Prado?
-Me acerqué, pero había cola y se me quitaron las ganas.
-Las masas lo invaden todo. El arte ha sido siempre una forma de expresar la vida humana. ¿Qué se hace hoy en pintura? monigotes, borrones, mamarrachadas. Los artistas de hoy, ¿son de verdad artistas? Son incrédulos, no enaltecen al ser humano, lo ignoran. Por eso no pintan figuras. Es una época de gran pesimismo para los intelectuales. El pensamiento, las humanidades, el respeto y la educación están desapareciendo. Europa, maestra en pintura, en literatura, en filosofía, en arquitectura, está sin ideas, sin ambiciones, sin propósitos. La publicidad lo invade todo. Es la muerte del pensamiento. Europa parece avergonzada de su historia.
-Quizás es la sabiduría. Se toma un reposo para volver a empezar. Es  posible   que dentro     de   poco  nazca  otro  Renacimiento  -comentó Carlos como justificación.
El Sr. Izquierdo estaba furioso y despotricaba sin parar.
-Se está olvidando la cultura, la historia de España. Ya no se conoce el Romancero, ni a Garcilaso, ni a Lope… ¡qué vergüenza! Ya no hay amor ni respeto entre nosotros, solo ganar dinero para echarlo a las máquinas de juego. Solamente se quiere por interés. Somos de usar y tirar. Así es la sociedad en la que vivimos.
El Sr. Izquierdo calló, tomó un sorbo de café y continuó.
-Las masas no pueden vivir en libertad porque ésta es la responsabilidad. Las masas quieren obedecer para no pensar. Hoy los mandatarios son los publicistas. Hay que vestir así; hay que ir el fin de semana al campo o a la playa. Luego trabajar cuanto más para el gasto de todo ello. Los anuncios, la televisión, los ordenadores son ahora nuestros dictadores. Y son más peligrosos que éstos porque no son de carne y hueso. No les vemos las caras, obedecemos si rechistar. ¿Cómo vamos a dialogar con quien no tiene ojos, ni boca ni manos? Esto es terrible y nos lleva al vacío del alma. Ya nos impiden pensar, lo hacen por nosotros. Es la muerte del liberalismo, de la libertad de expresión. Nos hace falta el elemento espiritual que han tenido nuestros antecesores.
-¿La religión? –preguntóle  Carlos.
El Sr. Izquierdo miró a LL. arqueando sus pobladas cejas, luego continuó.
-Ya no podemos creer en Dios. No a sido Nietzsche el que lo ha matado, ¡qué va! a sido la técnica, los ordenadores han tomado su lugar. Somos esclavos de la técnica. Las masas no pueden evitarlo, sólo los individuos. Y cada vez hay más masas y menos personas pensantes por sí mismas. Ya hay pocos sitios para estar solitario, para disfrutar de este airecillo otoñal delicioso. Y en medio de tal tecnicismo, de toda esta tiranía gigantesca de máquinas a las que tenemos que consultar diariamente, el hombre se vuelve insensible, indiferente a  la naturaleza y nuestro auténtico sentir. El vacío es terrible. ¿Cuándo estallará la rebelión del espíritu contra la técnica…? ¿Serán individuos aislados los que volverán a mostrarnos el camino y se formará otra sociedad más humana? Nosotros no lo veremos, Carlos.

-Usted y yo, Sr. Izquierdo, no podemos cambiar nada. Tenemos que vivir en el tiempo que nos ha tocado, en este país, en estas circunstancias. Sin hacer daño a nadie hemos de procurar realizar nuestros pequeños sueños. Somos individuos. No pertenecemos a ningún rebaño, se llame Democracia o como se llame. Tenemos que vivir dignamente y no dejarnos llevar por la desesperación.